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Julián Zocchi

Es una iniciativa para enseñar oficios digitales que, surgió a partir del rodaje de la película Metegol, y que ya tiene 600 egresados.

El Beto debía tener rulos. Un jugador de metegol con vida propia y melena fornida. Esos rulos de acero que le darían aires maradonianos. “En realidad, los pelos eran una virulana de acero porque Mateo, uno de los personajes de la peli, los fue armando con utensilios que le sobraban del restaurante”, aporta el padre de la criatura, Juan José Campanella. Y acá empieza otra historia, el lado B de Metegol.

Es que, cuando el director de El secreto de sus ojos empezó a trabajar en su primera película animada vio que gran parte del equipo técnico que dibujaba, animaba y les daba vida a los personajes de Metegol (que hoy se puede ver en Netflix) estaba conformado por profesionales extranjeros.

La animación digital está repleta de oficios que ni conocía. Tenés gente que se dedica a hacer texturas de las pieles o los hilos de un pulóver. Tenés gente que se dedica sólo al agua o el que hace los huesos y las articulaciones para que los personajes se puedan animar”, sigue Campanella.

Es cierto que era de madera, pero la pelotita del metegol quedó picando en la cabeza del director. “Faltaba gente que se dedicara a estos que, perfectamente, podían ser los oficios del Siglo XXI.” Nuevas destrezas.

La idea de Potrero fue hacer un paralelo con los oficios primarios que trajeron los inmigrantes que llegaron a inicios del Siglo XX, para los cuales no se necesitaban tener estudios avanzados. 

Juan José Campanella, cineasta

Campanella empezó a pensar en una escuela de oficios digitales, para eso se juntó con Carolina Biquard, una amiga que ocupaba un lugar clave: estaba a cargo del Fondo Nacional de las Artes y la idea empezó a tomar forma.

Juan José recuerda el día que se juntó con Carolina en Cien Bares. Fue hace más de cuatro años y acá está la chispa que enciende todo. Se sumó Silvia Flores –quien, en la memoria de JJC, “estaba resfriada” –, y llamaron al socio del director, Gastón Gorali. Le contaron la idea y pusieron en altavoz: “Sería algo así como un Potrero Digital”, tiró Gorali. Y al otro día registraron la marca.

Eso sí, la semilla iba a germinar casi cinco años después. En noviembre de 2018 se inauguró el primer Potrero Digital en la cooperativa La Juanita de La Matanza.

Juan José Campanella y, de fondo, los personajes de Metegol.

Juan José Campanella y, de fondo, los personajes de Metegol.

El caso cero

 “Este es mi set-up”, dice Leandro Garrido que señala su equipo de trabajo con tres monitores que se despliegan a distintas alturas. “Es el sueño que tuve siempre”, sigue el chico de 23 años que se aparta por un rato del teletrabajo para recibir a Viva.

Leandro es algo así como el alumno estrella de Potrero Digital. Y el dato relevante es que su ingreso a esta escuela de oficios digitales –hoy virtual– le cambió literalmente la vida. ¿En qué sentido? En menos de cuatro meses, consiguió su primer empleo. Y un tiempo después, un segundo trabajo. Vamos con su historia.

Los Garrido (Raúl, Andrea y los hijos Alejo –21– y Leandro) viven en el barrio El Triángulo de González Catán. Llegamos por la ruta 3, la gran vía que atraviesa el corazón de La Matanza y doblamos en Zeppelin hasta Balboa. Por Zeppelin aparecen casas con rejas, tejas oscuras y algunos chalecitos. Entrando en Balboa se acaba el asfalto, las casas son bajas y las zanjas amagan con desbordarse.

En una de esas puertitas vive Leandro. Golpeamos. Atiende por el portón de atrás, a unos 20 metros. “Tuvimos que tapar la entrada con un ropero del lado de adentro porque nos quisieron entrar”, cuenta.

Leandro Garrido hoy es "profe". Foto: Juano Tesone.

Leandro Garrido hoy es “profe”. Foto: Juano Tesone.

A la izquierda del patio, está la casa familiar de toda la vida y a la derecha, la de los abuelos. Comparten el lote. La de ellos primero fue un monoambiente donde vivían los cuatro: “Un galponcito al principio. Había una piecita donde teníamos una cocina, una mesa y las camas”. Así, durante veinte años. Pero hace dos años fallecieron los abuelos, “que fue un golpazo para nosotros”, entonces Leandro y su hermano se mudaron a la casa de adelante.

De muy chico, Leandro se había entusiasmado con la informática gracias a un técnico en sistemas que salía con su tía, pero era como en el tango: “La ñata contra el vidrio”. Así lo explica: “En casa no había un mango. Recién a los 12 mi viejo apareció con una computadora usada. No era la mejor, pero era mía”, recuerda y se le dibuja la sonrisa de aquel chico.

Doce años y comienza la aventura de sumergirse en la red, destruir sistemas operativos, volver a instalarlos y Leandro siente que la cosa, su futuro, podía ir por ese carril. “Pero no, flaco, acá no hay laburo de eso. En este barrio tenés que ser mecánico como tu viejo”, escuchó una y otra vez. “Eso sí, papá nunca me dejó entrar al taller”, se ríe Leandro.

A la gente le cuesta entender que vengas de un barrio humilde y te dediques a trabajos digitales. A veces, cuando me junto con algunos colegas en la oficina, me tiran: ‘La Matanza, ¿qué hacés acá?

Leandro Garrido

Según la visión de su propia clase social, con la mejor de las suertes, Leandro tenía que dedicarse a un oficio de los clásicos. Así lo veían al principio en la familia. “Pero aparecieron los teléfonos inteligentes, el WhattsApp y mis viejos dijeron: ‘Ojo, capaz que tenías razón: ¿Por qué no probás?’”.

Leandro empezó a volar. Se anotó en Ingeniería y al poco tiempo escuchó sobre Potrero Digital. Entró en Programación Web: “Cuando estaba terminando el primer cuatrimestre me llamaron a una oficina: ‘Te vemos potencial, nos gusta tu postura, queremos que formes parte del equipo docente’”, recuerda Garrido que, en menos de cuatro meses, ya tenía un trabajo.

Leandro repasa su historia en el comedor coworking de la que ahora es su casa. En la mesa principal, su mamá Andrea prepara una canasta a base de tejidos. La pandemia le cortó la posibilidad de trabajar, pero los Garrido encararon su propio microemprendimiento.Andrea teje, cose y ofrece sus productos en redes. Y claro, tiene a su CM en el comedor.

En el caso de Leandro, los resultados de Potrero Digital asomaron con velocidad de un F-1. El segundo empleo no tardó en llegar. Ahora mismo, también trabajaba como ingeniero preventa de una empresa que vende software. Y todo desde la comodidad de su setup que le permitió seguir adelante durante la pandemia.

“A la gente le cuesta entender que vengas de un barrio humilde y te dediques a trabajos digitales. A veces, cuando me junto con algunos colegas en la oficina, me tiran, ‘La Matanza, ¿qué hacés acá?’, como si vinieras de Marte. Potrero Digital rompe con ese prejuicio que dice que los chicos de los barrios humildes sólo podemos dedicarnos a ciertos oficios. No importa de qué clase social vengas”, cierra Leandro.

Belén Bernal estudia programación web. Foto: Juano Tesone.

Belén Bernal estudia programación web. Foto: Juano Tesone.

Volver a empezar

Belén Bernal vive en Rafael Castillo, a 15 minutos de lo de Garrido. La casa está en obra porque se mudaron hace un tiempo. Vivían en Virrey del Pino en una especie de casa quinta, pero había problemas: “Teníamos un arroyo que se inundaba y nos hizo perder todo. Además, queríamos estar cerca de un lugar donde Belén pudiera estudiar sin viajar dos horas”, cuentan Rafael y Celsa, los padres.

Belén tiene apenas 21. Recuerda la crisis de 2001 como los de los 80 recordamos Malvinas. Son algunos flashes. ¿El de ella? “Mis viejos salieron mal parados de esa época y me acuerdo que empezamos a vender algunas cosas, ropa, electrodomésticos para hacer algo de plata. Pero nunca nos faltó nada porque mis viejos laburaban todo el día.”

Belén Bernal y Leandro Garrido son contemporáneos. Los separan apenas tres años, pero Garrido es su profesor, y comenzaron de maneras bastante parecidas: “Mi primera compu la recibí por un plan Conectar y fue descubrir un mundo. Yo también empecé a meter mano en las máquinas de toda la familia. Pero veía tutoriales, investigaba por mi cuenta y las dejaba como nuevas. Así fui aprendiendo”, recuerda.

Siempre le gustó la Robótica, empezó ingeniería en la Universidad de La Matanza y su llegada a Rafael Castillo la dejó muy cerca de La Juanita. Bingo. “Aproveché y me anoté en Programación Web. Me di cuenta de que había muchas cosas que desconocía y me amplió el abanico laboral. Pero lo mejor de todo es que, en cuatro meses, ya tuve mi primera experiencia laboral sobre desarrollo y diseño web. Mis padres siempre me dijeron que no me trabara en el estudio, que ellos iban a tratar de que no me faltara nada. Pero ahora que tengo un oficio digital pienso trabajar para ir pagando mis estudios”.

Elizabeth Franco estudió en el "potrero" de La Juanita. Foto: Juano Tesone.

Elizabeth Franco estudió en el “potrero” de La Juanita. Foto: Juano Tesone.

Soñar, soñar

“Qué vas a hacer con la computadora.” “Pellizcate.” “Eso no es para vos.” “¿Por qué no te hacés un curso de costura?” Cuando Elizabeth Franco (24) cuenta las utopías que la movieron en su vida, sus sueños parecen estar lejos de lo que desea la clase media promedio. No hay nada material. Ni viajes a lugares paradisíacos. Tampoco soñó con ser artista o una deportista popular. Lo suyo tenía que ver con romper una historia familiar.

Puede sonar cursi o naif, pero hablamos de sueños. Y Elizabeth contaba con dos. El primero tenía que ver con quebrar con un paradigma instalado durante décadas en su familia: “En mi casa nadie estudió. No había tiempo para eso, había que comer. Cuando terminé la primaria mi papá me dijo: ‘si querés estudiar vas a tener que trabajar’, porque en Paraguay la educación no es gratuita”.

A partir de los 13 empezó en un súper mayorista a la mañana. Cortaba entre el mediodía y las cuatro de la tarde cuando entraba a la escuela, y luego volvía a cubrir dos horas y media más hasta el cierre. “No me vas a creer, pero yo siempre anhelé tener un estudio, trabajar en una empresa, porque mi mamá siempre limpió casas y no tuvo esa posibilidad”, explica Elizabeth.

En su último año de escuela secundaria, Elizabeth conoció a su marido y se vino a la Argentina para forjar esa vida que tanto quería. Se instalaron en un barrio de clase trabajadora en Laferrere y empezó a estudiar en un profesorado: “Pero nació mi hijo Bastian. Y llegó con un problema en el pie. Yo quería estudiar para que él dijera: ‘mi mamá, la maestra’. Y a la vez me sentía egoísta porque él me necesitaba. Así que dejé”.

Una tarde, cuando retiraba a su hijo del jardín, Elizabeth se enteró de la inauguración de Potrero Digital en la cooperativa La Juanita, a diez cuadras de su casa. Lo comentó entre los suyos y fue allí que la desalentaron: “Eso no es para vos”.

Tengo mi escritorio, mi propio espacio en la empresa. Para muchos puede sonar a poco, pero yo cumplí mi sueño.

Elizabeth Franco

Recordó aquellos días de lluvia en los que se inundaban las calles de Asunción y era la única que llegaba al colegio: “Siempre quise estudiar”. Entonces ni dudó en acercarse a La Juanita. Y así empieza vivir una revolución: “Después de un año empecé a codearme con el mundo empresarial en convenciones. ‘Qué hago acá, yo no pertenezco a este ambiente’, me decía a mí misma”.

El trip que le demostró a Elizabeth que ella podía ser parte de ese mundo fue más o menos así. La invitaron a contar su historia en el coloquio IDEA. “Después fui seleccionada para una capacitación de tres semanas, súper intensa, que al final daba la posibilidad de ser entrevistada por cien empresas. No podía dejarla escapar”, recuerda la joven. Y admite: “Tenía una expectativa tremenda, no dormía…”

Pasaron cinco meses y sintió que aquello de trabajar en una empresa volvía a ser imposible. “Lo di por perdido y me dije: ‘Terminá el curso y ya veremos’”. Pero un día sonó el teléfono: “Hola, te llamamos de recursos humanos de Megatlón, ¿todavía te interesa el puesto de trabajo?”. No hace falta aclarar la respuesta.

“La persona que me había entrevistado quería trabajar conmigo. Entré en la casa central, estoy en una isla exclusiva para recursos humanos. Tengo mi escritorio, mi propio espacio en la empresa. Para muchos puede sonar a poco, pero yo cumplí mi sueño. Y creo que Bastian va a poder decir orgulloso que su mamá estudió, tiene un oficio y trabaja en una gran empresa. El único consejo que puedo dar es que traten de meterse en el mundo digital, te puede cambiar la vida”.

Rita Castagno, diseñadora gráfica que estudió Marketing Digital. Foto: Juano Tesone.

Rita Castagno, diseñadora gráfica que estudió Marketing Digital. Foto: Juano Tesone.

De manual a digital

“En principio la idea de Potrero fue hacer un paralelo con los oficios primarios que trajeron los inmigrantes que llegaron a inicios del Siglo XX, para los cuales no se necesitaban tener estudios avanzados. Es como el plomero, el electricista o el albañil pero ahora en oficios digitales”, le contaba Campanella a Viva en otro tramo de la charla.

Pero la idea fue mutando, quizá, hasta volverse superadora. Tanto que ahora la ruta de Potrero nos lleva hasta Castelar, a la casa de Rita Gastagno (40). Ella, quizá, sea la excepción que confirma la regla. Es que Rita es una profesional, diseñadora gráfica recibida en la Universidad de Morón, que aprovechó las bondades de Potrero Digital para aggiornarse a los tiempos que corren.

“Al principio no me animaba a anotarme, me daba un poco de pudor ocupar el lugar de alguien que necesitara la oportunidad más que yo. Pero los directores me dijeron que lo hiciera. Yo había quedado relegada en redes, así que me metí en el mundo de Potrero”, explica Rita en el jardín delantero de su casa en Castelar, repleto de suculentas.

La diseñadora ingresó en Marketing Digital y al poco tiempo arrancó la cuarentena: “Llegó en un momento justo porque empecé a conocer estrategias de venta. Pude potenciar mi trabajo a través de un manejo profesional de mis redes: me abrió la cabeza, ahora tengo una nueva herramienta para mostrar lo que hago, comunicar y contactar clientes. Me salvó en medio de la pandemia”.

Desviar el destino

El caso de Herlán Condori es distinto. Herlán viene de una familia boliviana que vive en uno de los pasillos de la Villa 31. Llegaron de La Paz “por un embarazo no deseado” (así lo menciona él) hace más de veinte años: “El embarazo era yo. Allá es muy mal visto, la boliviana es una sociedad muy conservadora y cuando viene un bebé sin haberte casado, la familia ya no te ayuda, te deja de lado”, nos relata y nos sorprende.

Los Condori tienen un taller de costura en el que trabaja toda la familia, realizan prendas de temporada que después venden en La Salada. Un oficio que en los últimos tiempos se había vuelto bastante peligroso: “El trabajo en La Salada era lunes, miércoles y sábados. Yo iba a las cinco de la mañana hasta las ocho o nueve de la noche. Llegar era complicado. Si te subías a un transporte público con bolsas de ropa tenías que pagar un peaje: era el pase para que no te asaltaran en la estación de Puente La Noria. Y de todas formas me robaron. Vivía con un nudo en el estómago”, detalla Herlán.

Unos días antes del 19 de marzo en el que se decretó la cuarentena y se cerró La Salada, Herlán se anotó en un curso de comercio electrónico en Potrero Digital. “Me dio la posibilidad de entender las estrategias de venta digital. Solucionar los problemas que pudieran presentarse y empezar a vender de manera online. Eso nos permitió que el negocio familiar siguiera adelante en medio de la pandemia y de trabajar con más tranquilidad”, dice Herlán, que ahora se entusiasmó tanto que piensa encarar una especialización en Comunity Manager y venta en redes sociales.

Potrero Digital cuenta con dos nodos en el Conurbano bonaerense: Laferrere y Morón. Para conocer los requisitos para ingresar, entrar a https://potrerodigital.org/.

Hoy las clases de Potrero son virtuales.

Hoy las clases de Potrero son virtuales.

Cambiar la suerte

Las historias de los chicos que salieron de Potrero Digital pueden parecer mínimas. Pero no dejan de ser historias de vidas que cambiaron. El estudio empareja hacia arriba y permite que, a la hora de medir el mérito, el punto de arranque no sea tan distante entre las clases sociales. Ese espíritu conecta con lo que inspiró a Campanella: “Mi deseo era que mucha gente tuviera las oportunidades que tuve yo a la hora de estudiar”.

La propuesta de Potrero Digital que arrancó en la cooperativa La Juanita de La Matanza ya tiene ocho sedes más: Morón, cinco en Ciudad de Buenos Aires y Mendoza. Ya son más de 600 los egresados y para el segundo cuatrimestre de 2020 superó los 1700 inscriptos. La propuesta caló hondo y se extendió como una telaraña al resto de América. Brasil ya tiene su sede en Campinho y se vienen los “potreros” en México y Uruguay.

“Pensamos un modelo que en cuatro meses les da una herramienta para poder empezar a trabajar. Eso, teniendo en cuenta que existen 120 mil puestos digitales sin cubrir en la Argentina. Ahora la idea es que haya un potrero en cada rincón del país”, cierra una de las fundadoras, Carolina Biquard. A eso se llama “hacer escuela”.